miércoles, 4 de noviembre de 2009

Trabajo por grupos en los Blogs a partir de las propuestas dadas por la profesora.

OJO, NO SE VAYA A CAER



Cuando se es niño pensamos que somos invencibles y que nada ni nadie puede hacernos daño, luchamos con fantasmas y seres extraordinarios fruto de la fantasía de nuestras mentes, peleamos con las personas más fuertes existentes en nuestra realidad, nos fundimos en un mundo de ficción del cual despertamos tan fácil como volvemos a él, somos advertidos de la crueldad de la vida y los peligros que la acechan, somos amados por hacer pequeñas gracias de la misma forma que castigados por pequeños actos torpes los cuales muchas veces solo entendemos cuando alcanzamos algo de la madures que la vida nos enseña.

Volvíamos con mi padre en el Volkswagen Escarabajo rojo que por esa época él tenía, recuerdo que pasábamos por la calle 26 con rumbo a la calle 68, estaba distraído mirando por la ventana los edificios que por ese entonces construían por aquel lugar, escuchando la radio que papá no dejaba cambiar por solo escuchar sus noticias deportivas y algunas políticas, lo que me daba tiempo para sacar a flote el sujeto autista que habitaba en mi, para cuando pasábamos por la calle tercera ya había fraguado el plan para la tarde de aquel viernes soleado y despejado, había pensado estar toda la tarde montando en la bicicleta que mi hermano había dejado de hace utilizar.

Cuando llegamos a casa me baje del carro primero que papá tomé la bicicleta y segué con el plan, desafortunadamente los padres siempre están un pie adelante de nosotros y solo su mirada había sido necearía para destruir el plan que con tanto anhelo había planeado mientras escuchaba aquellas aburridas noticias en la radio, aunque mi picardía había sido aun más grande y con par de palabras y cara de bravo había logrado conseguir su permiso para poder dar un insignificante vuelta alrededor del barrio. E; plan era sencillo todo estaba enmarcado para ser algo sencillo, cosa de solo unos minutos; saqué mi bicicleta y la monté, comencé a paladear como de costumbre y dejé que mi mente recobrara la magia a la cual estaba acostumbrada, creo que antes del incidente logré ganar unas cuantas carreras a mis amigos, no iba a dejar que mi mente me ganara, la manera de estar bien esa tarde era ser el vencedor de todo lo que yo pudiera inventar, recuerdo que papá decidió guardar el Volkswagen dentro del garaje de la casa, daba miedo que algún amigo de lo ajeno se llevara una llanta o el radio del carro, así que aproveché el descuidó de papá y decidí dar la última vuelta, la vuelta que consagraría mi victoria aquel viernes en la tarde, fijándome que no hubiera ningún auto comencé una nueva competición, el que llegara primero a la casa sería el vencedor, comencé pasando por la casa de don Jaime donde doble a la derecha con mucha cautela, seguí pedaleando fuertemente para lograr ganar más velocidad, debía entrar con la bicicleta al garaje mientras este estuviera todavía de par en par, luego llegué a mi segundo giro el cual fue a la derecha de la misma manera que el anterior, todo estaba planeado para que la carrera se diera al mejor estilo ciclístico, continué imaginando a mis contrincantes al lado mío compitiendo frente a frente, creo que alcancé a ver a dos o tres a mis espaldas, me di cuenta que la carrera estaba destinada a solo tener dos competidores, mi mente y yo, no habían carros a la vista, el sol estaba casi en camino al ocaso, todo estaba dado para la victoria, vi que mi mente estaba cogiendo ventaja así que había decidido pedalear de pie, hasta que de repente sucedió, no se cual fue el error, creo que fue un movimiento involuntario o sería más bien fruto de la inexperiencia de la edad, además de la falta de atención, lo que recuerdo aparte del dolor y las raspaduras por la caída fue las palabras de papá las cuales estoy seguro se las diré a mis hijos antes de que tomen su primera bicicleta:“ ojo, no se vaya a caer”, creo el dolor no fue tan grande hasta cuando vi mi brazo roto, los minutos estaban pasando muy rápido y a su vez muy lento había entrado en una especie de shock.

De repente y como caído del cielo Mauricio apareció, solo lo vi doblando la esquina, aquella misma esquina que me vio doblar llorando con un brazo roto y con la bicicleta destrozada, él iba casa la cual coincidencialmente estaba a espaldas de la mía separada solo por un muro, creo que Dios lo había enviado de la misma manera que había enviado a sus hermanos el día que a mi hermano mayor casi muere por culpa mía, la irresponsabilidad y el juego brusco habían hecho que Andrés hubiera sufrido una pequeña cortada en la parte de atrás de su cabeza con el filo de la pared, gracias a mis primos mi hermano había sido pasado por aquel muro que separaba y hasta hoy separa nuestras casas, sentí angustia y desespero cuando vi a mi hermano en el piso untado de sangre y desmayado, mi mamá no estaba y solo Lina y yo estábamos allí sin llaves para poder abrir la puerta, es por esto que creo que Dios los envió ya que él sabía que dos hermanos de nueve y ocho años no iban a poder hacer mucho por su hermano mayor.

Mauricio al verme allí sentado en el piso llorando de dolor me auxilio y me ayudo a levantar, el dolor me mortificaba y yo fruto de la inocencia y la falta de maldad le preguntaba si cuando uno se rompía el brazo dolía, a lo que Mauro como le decíamos de cariño no contestaba nada, más era su desespero por auxiliarme que por reír, aunque hoy día cuando hago memoria del incidente recuerdo su boca mostrando un media risa.

No sé quién ganó la carrera, para cuando dimos la última vuelta a la derecha el garaje ya estaba cerrado, por esto estaba seguro que nadie había podido haber ingresado y haber reclamado la victoria, técnicamente había un empate y con el tiempo la carrera tendría que repetirse.

Papá cuando vio a Mauro acompañándome lo único que hizo fue cogerse la cara dar un zapatazo al suelo y sacar el carro del garaje, mis lágrimas y el hueso saliendo de mi brazo lo decían todo, nos subimos papá, mamá y Stella la señora que nos ayudaba los viernes con el aseo en la casa, hubo tiempo para dejar a Stella en el paradero del autobús, si no hubiéramos ido de afán estoy seguro papá la hubiera llevado a su casa. Cuando llegamos al hospital sentí temor, no es agradable estar al lado de tantos enfermos tosiendo, sangrando y hasta delirando. Mi mente para entonces solo procesaba dolor, estaba más despierto que nunca y más situado en el mundo real, me subieron a uno de esos cuartos fríos donde los médicos tienen muchas radiografías, me hicieron poner un traje por donde el aire se colaba con facilidad y me congelaba sin compasión y me hicieron acostar en una camilla tan fría como el hielo de los polos; el diagnostico había sido fractura de radio y cubito del brazo izquierdo, la solución nunca la supe, solo recuerdo que me pusieron telas mojadas y me durmieron, cuando desperté estaba con un yeso de color blanco, el dolor había desaparecido a lo que daba pie a que mi mente volviera a trabajar para ingeniarse cualquier estupidez, el yeso nunca lo pude marcar como lo hacían las demás personas, la única firma fue la de mamá ya que papá había prohibido que rayara el yeso, nunca le dije nada solo obedecí.

Hubo llamadas de familiares y de amigos, hubo quien llamo a dar el sentido pésame, no faltaban los primos malos que al escuchar que no estaba muerto respondían con un hipócrita cuanto lo siento, me llevaron mucho helado y muchas cosas ricas para comer, no estuvo tan mal después de todo aunque después de los meses cuando mi hermano decidió utilizar la bicicleta se dio cuenta que ésta estaba con la caña del manubrio inservible. Meses después del incidente seguía jugando con mi mente y seguía acompañando a papá en sus vueltas, me recuperé y años más tarde comencé de nuevo a montar bicicleta con él, solo que esta vez salíamos por la carretera donde era aun más peligroso competir, la advertencia seguía siendo la misma “ojo con los carros y ojo se cae”, esta época fue más sencilla ya estaba compitiendo con la elite del ciclismo mundial, recuerdo una carrera en la que le gané a Eddy Merckx, Lance Armstrong, Santiago Botero y Lucho Herrera, ese día toque el cielo con las manos y me di cuenta que la fantasía de mi juventud junto con la desatención de mi niñez seguían rodeando mi cabeza, al punto que en una ocasión y por falta de atención me volví a caer raspando mi glúteos contra el pavimento y quedándome con un morado en mis nalgas por casi tres semanas.

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